El Blog de Emilio Matei

jueves, 16 de agosto de 2012

El muchacho trabajador

Hace poco más de una generación


Es un muchacho trabajador. Y sí, ser un buen esclavo, sumiso y sin horarios, es el mejor camino para conseguir que le cedieran a uno una buena mujer, una mujer trabajadora, bien de su casa.

Tener anteojeras como un caballo para evitar las horribles tentaciones que ofrece el mundo moderno y para no ver a esas inquietantes personas que lo tienen todo y que no trabajan. Juntar peso sobre peso, formando una pila siempre insuficiente. Mantener a la familia, dedicando cada minuto útil al trabajo, hace un buen marido.

Ser un muchacho trabajador hace que cualquier cosa que le pase a uno sea una desgracia inmerecida, como que la mujer de uno se pudra de estar sola o de dedicarse a la casa y a los hijos, deje de ser una buena mujer, y se divierta con el tarambana del vecino, que se la pasa de joda todo el tiempo. Claro que lo sabe todo el barrio menos el muchacho trabajador.

Ser un muchacho trabajador hace la felicidad de cualquier suegra, y de cualquier suegro ni te digo. Esa condición del yerno, la de trabajador sin tregua, es la única que hace soportable que esté autorizado al uso de la genitalidad de una hija. Pero que no se abuse. Y la mejor manera de que no abuse es que trabaje mucho para que todos sigan sabiendo que es un muchacho trabajador.

La calle está llena de tentaciones: las mujeres, que son las tentaciones por antonomasia, los lujos, el juego, el alcohol y la política. Sobre todo la política. Un muchacho trabajador es por definición un muchacho decente. Y una persona decente no entra en política, cosa de vagos y madre de todas las perversiones.

El muchacho trabajador siempre termina su vida diciendo: ¡Quién me quita lo bailado!

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