El Blog de Emilio Matei

domingo, 14 de octubre de 2012

Los tránsfugas

Marcos Aguinis, desde intelectual del partido comunista hasta partidario de la derecha agropecuaria. Jorge Lanata, desde referente periodístico de la izquierda hasta punta de lanza de la derecha mediática.

Marcos Aguinis
Con la caída del comunismo soviético muchos miembros del partido comunista se vendieron, porque no se puede hablar de conversión sino de defensa de intereses personales, al mejor postor. Y el mejor postor siempre es de derecha, obviamente. ¿Es esta situación asombrosa? No tanto, cuando la ideología se parece mucho más a una confesión religiosa que a una decisión filosófica. La pérdida de la religión, una creencia, se acompaña siempre de una pérdida de los valores que le son propios. Quedar pataleando en el aire significa, en estos casos, quedar reducido a los propios intereses, subjetivos e individuales. Una especie de todo vale justificado por el inútil sacrificio realizado durante años por un sistema que no fue capaz ni siquiera de perdurar, lo menos que se le puede pedir a una religión. En concreto, uno se convierte en un resentido lleno de justificaciones para abusar de los demás.

Lanata, de la perversión a la estupidez

Miembros del partido comunista dedicados a las más terribles actividades a favor de lo más representativo de la derecha hay muchísimos. Más interesante para mí es el caso de Lanata. Siempre peligroso para los que lo financiaron, amigo del dinero ajeno, hay mucha información judicial al respecto, cansado a lo mejor de ser un emprendedor independiente, debe de haber entendido que se ganaba más dinero siendo un empleado estrella de una empresa muy poderosa.

El médico brujo

Jorge Lanata
Pero qué sucedió con sus capacidades. ¿Acaso lo empiezan a socavar las arterias tapadas? Es posible, teniendo en cuenta la edad, el cigarrillo y el sobrepeso. Pero a lo mejor la biología no tiene nada que ver y la razón sea la misma que hace cometer errores a los chamanes y médicos brujos en general. Esos señores, cuando son auténticos, se convencen de sus poderes del mismo modo que convencen a los demás. Ellos creen. Ellos están seguros. Aunque la realidad se les oponga de forma evidente. Y ese fue el caso de Lanata, desorientado y puteador ante el triunfo de Chávez en las elecciones venezolanas. Es imposible creer que Lanata no tuviera información veraz y suficiente como para saber que Chávez iba a ganar. No era tan difícil ya que todos los que evaluábamos información lo sabíamos. ¿Cómo pudo caer en esa trampa?
Lo que debió hacer Lanata era tener una operación más completa e inteligente que la que promovió en el aeropuerto de Caracas, cuando hizo desplantes que impulsaron a las fuerzas de seguridad venezolanas a tomar cartas en el asunto. En realidad, poca cosa, algo que cualquiera puede hacer, tan fácil como juntar gente en el obelisco de Buenos Aires si uno avisa a los medios con tiempo y a una hora determinada se pasea desnudo.

En este momento estoy seguro de que, como yo, hay gente en Clarín que piensa que a Lanata le están pagando demasiado.

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