El Blog de Emilio Matei

lunes, 23 de junio de 2014

Los aviones, y los celulares que se encienden solos

¿Una bomba de tiempo electrónica?

El personal de los aviones que están por despegar, o por aterrizar, avisa que hay que apagar los aparatos electrónicos. Dicen que no hacerlo pondría en peligro a la nave y, por lo tanto, a sus pasajeros. Pero no sólo avisan, también pasan a revisar. Estos últimos años sumaron a los cinturones ajustados y a los respaldos levantados y otras exigencias de los procedimientos de despegar y aterrizar, a que se apaguen los celulares.
Y ahí está el motivo de este artículo, muchas de las marcas de celulares, Blackberry me consta aunque no es la única, pueden ser encendidas por las compañías a las que están asociadas por más que el usuario los haya apagado. Me imagino que con el objeto de cobrar llamadas no queridas por los usuarios, en particular las muy caras llamadas internacionales, o, en otro caso, cuando la compañía detecta la salida o reingreso de un usuario a su zona de influencia, es común que envíe mensajes ofreciendo roaming o dando la bienvenida, según sea el caso, aprovechando la comunicación para ofrecer algún nuevo servicio. Claro que aquí no se trata sólo de una picardía para robar dinero, aquí se pone en juego a los pasajeros y a las tripulaciones de los aviones.

Hace pocos días, aterrizando en Ezeiza por la noche, con la cabina oscurecida, recuerdo a una pasajera tratando desesperadamente y a ciegas de sacar la pila de su celular que se encendía solo una y otra vez por su propia cuenta.
No puedo creer que yo, simple pasajero que viaja en avión muy rara vez, haya descubierto semejante riesgo a la seguridad, y que ni las compañías de celulares ni las compañías aéreas hayan tratado el tema.
¿Por qué ninguno de los que deben estar informados hace nada para resolver este problema? Aquí se me ocurren dos razones, o el riesgo de interferencias peligrosas es nulo o el tema es tan ríspido, el negocio de despertar los aparatos tan bueno para las compañías, que todos miran para otro lado para no verse obligados a encararlo. No me gusta pensar lo que puede suceder en este último caso.


martes, 10 de junio de 2014

La mujer real

A Fernando M.

Me envió la foto de una mujer. La foto había sido tomada hacía años. La mujer no era muy bella, era sólo una mujer real: con algún kilo de más y, como dicen los madrileños, de altura un pelín escasa. Morocha, de piel muy blanca, de espaldas, desnuda, con la cabeza a un lado que dejaba intuir, más que ver, el perfil.
Me la envió por Messenger, cuando Messenger todavía reinaba.  Agregó un comentario simple: qué linda la negrita. Que para mí denotaba una cierta carga de ternura, tal vez algo de orgullo.
Qué hace que un hombre de cincuenta años, con una vida bien vivida, envíe una foto así a otro aún mayor. Ninguno de los dos se conmovería así como así por la simple desnudez de una mujer real. Ninguno de los dos debía demostrar al otro una capacidad de seducción en una competencia que sólo tiene sentido entre hombres muy jóvenes o muy inmaduros. Los dos estaban bien casados con mujeres tal vez más bellas que esa y si hubieran querido tener una aventura no les habría sido tan difícil. Y la foto, reconozcamos, como toda foto íntima de amateur, tenía la cualidad poco interesante que hace erótica una imagen de ese tipo para el que la saca y sólo en el momento adecuado.
Qué me quiso decir con esa foto, ya no es posible saberlo. Quiero creer que como amigo me quiso participar de un momento particular y feliz de su vida. Con una mujer real.


martes, 3 de junio de 2014

Los productos derivados y el arte

Un derivado financiero o instrumento derivado, dice Wikipedia, es un producto financiero cuyo valor se basa en el precio de otro activo. El activo del que depende toma el nombre de activo subyacente, por ejemplo el valor de un futuro sobre el oro se basa en el precio del oro. Los subyacentes utilizados pueden ser muy diferentes, acciones, índices bursátiles, valores de renta fija, tipos de interés o también materias primas. A esta enumeración le faltaría agregar los productos derivados de la obra de arte. Se me ocurren tres, la obra de los curadores, por ejemplo, la música de los disc jockeys y los libros objeto decorados por profesionales de la gráfica.
Disc Jockey en acción
No veo ninguna objeción en que haya especialistas en exponer, por ejemplo, cuadros de un artista plástico de la mejor manera posible. O gente que construya música con sonidos creados por otros. O libros bellos de, usualmente, poesía. Pero estas prácticas encierran un peligro muy grande y es que la obra quede oculta por otro objetivo, casi siempre asociado a la rentabilidad o a la publicidad. Que siempre termina con una mediocridad enriquecida y mercantilista ocupando el lugar de la obra y de su autor.
Cuantas veces nos preguntamos frente a artículos en medios especializados basados en la calidad de una exposición debida a la profesionalidad de sus curadores, ¿de quién era la obra? Cuantas veces nos preguntamos frente al despliegue escénico y decibélico de un disc jockey, ¿de quién habrá tomado los fragmentos que reproduce hasta el hartazgo? O habremos revisado un libro de gran diseño, lleno de sabias ilustraciones, preguntándonos ¿dónde estará la poesía? A veces apenas algunas líneas inspiradas.

Creo que todos esos productos derivados del arte constituyen una de las grandes barreras que existen en la actualidad para separar los amantes de las artes, de las obras y de sus auténticos creadores. Y el resultado es apenas una concentración de autores rentables en medio de una masa de derivados que no puede menos que desembocar en una crisis, como siempre sucede con los productos derivados cuando se pierde de vista de qué derivan.